Manuales especializados
Los manuales de caligrafía, si bien abundaron desde principios del siglo XVI, conocieron muy pronto la competencia de otros manuales que trataban de forma diferente el arte de escribir: por una parte, los manuales de ortografía cuyo origen estriba en la Ortographia con la que Antonio de Nebrija introdujo su Gramática en 1492, y, por otra, los tratados sobre el arte de escribir cartas y documentos, conocidos durante la Edad Media como Artes dictaminis. En ese sentido, la obra de Pedro de Madariaga, Libro subtilísimo intitulado honra de escribanos de (1565), es reveladora de la voluntad de considerar la redacción de documentos como una ciencia que implica el dominio cabal de las técnicas retóricas, los conocimientos ortográficos necesarios para garantizar su corrección formal y las nociones de caligrafía imprescindibles para su certera ejecución.
En ese mismo ámbito, pero con marcada especialización, a partir de 1769 José Febrero inició la publicación de modelos jurídicos de redacción documental, empezando por los testamentos y contratos. Fue tal el éxito del modelo establecido por Febrero que en el siglo XIX el apellido del autor se convirtió en el nombre genérico de ese tipo de obras y proliferaron las ediciones intituladas Febrero reformado y, más tarde, Novísimo escribano instruido. En el México independiente, Eugenio de Tapia se dio a la tarea de adaptar a la jurisprudencia mexicana el tan difundido manual, dando pie a la publicación del editor Mariano Galván del Febrero mejicano, que conoció varias ediciones a partir de 1835.